domingo, 11 de abril de 2010

LA PIEDRA

Stonehengue, Avebury, Silbury Hill

y New Grange

La rigidez y las formas caprichosas de algunas piedras atrajeron siempre a los celtas. En el caso de la tierra, la entendían como el origen de la vida, pues sustentaba los ciclos vegetales, a los animales, y por supuesto, también a los seres humanos. Entendían la tierra como una posesión transitoria, sin que su paso por ella justificara su propiedad. Cabe destacar que los celtas tardaron mucho tiempo en convertirse de pastores y ganaderos, en agricultores. El celtismo, a su vez, distinguió determinadas zonas montañosas con apelativos divinos como Albiorix, Baginus, Brigindo… La energía que movía las rocas diseñaba así también las montañas.

Anteriores a la cultura céltica, fueron respetadas y utilizadas como lugares sagrados.

La piedra era objeto de culto. Los monumentos megalíticos que los celtas no había erigido, pero que les causaban asombro y admiración, mantuvieron para ellos su carácter sagrado, sobre todo al recordar que algunos eran bloques de piedra cuyo peso y volumen hacían impensable un transporte normal y los denominaban “omphalos”; centros de inspiración religiosa o morada de las almas de los difuntos. Muchos de los lugares consagrados lo fueron porque en ellos se descubrieron rocas o piedras extrañas. Véase, por ejemplo, los alineamientos de Carnac y otras construcciones pétreas prehistóricas que los celtas acogieron y reconocieron como suyos.

Como en otras culturas, los celtas inhumaban a sus cadáveres y erigían sobre las sepulturas pilares funerarios en los que grababan inscripciones mágicas. Con posterioridad, y después de un tiempo de purificación, se incineraban los restos mortales y se depositaban en túmulos o sepulturas térreas, en busca del mejor acceso al Otro Mundo.

Stonehengue es una manifestación peculiar del arcaico manejo de la piedra con fines rituales. Su forma es circular, con 30 arcos exteriores y una avenida de acceso, pilares y dinteles para cuya construcción se emplearon enormes bloques de piedra labrada. Dentro del círculo hay una elipse cortada en forma de herradura, con cinco dólmenes de gran tamaño. Entre el círculo y la herradura hay una hilera de pilares más pequeños y, en el interior de la herradura, otros quince más de tamaño reducido, distribuidos en grupos de tres, en correspondencia con los 5 dólmenes. En el centro hay un altar macizo de piedra. El dios solar de Stonehengue se regía, según todos los indicios, por el calendario egipcio, representando con arcos y pilares, los días del mes ordinario. El año solar se dividía en cinco estaciones, cada una de las cuales contaba con tres períodos de 24 días. Lo más curioso del círculo de Stonehengue es que fue trazado y orientado de tal modo que, al amanecer del día sosticial del estío, los rayos solares incidían directamente por el final de la citada avenida, hasta iluminar el altar. Aunque una preciosa leyenda atribuye a Merlín, el dueño del tiempo, el traslado de las piedras, los estudiosos creen que Stonehengue fue obra de constructores que llegaron, con toda probabilidad, de Egipto y Siria, pues eran expertos en levantar pesadas estructuras y que además acompañaron a un pueblo invasor, en plena Edad del Bronce.

Avebury, otro monumento similar pero mucho más antiguo, construido a finales del tercer milenio antes de Jesucristo, es un círculo delimitado por un anillo de 100 pilares que encierra en su interior dos templos de piedra maciza y sin labrar, cuya disposición es también circular, con 30 pilares cada uno. Estos configuran otro círculo de 12 pilares, y uno más utilizado como altar. Una avenida penetra en el interior del terraplén y rodea dos túmulos, uno de los cuales adopta la forma de falo, y el otro recuerda el escroto.

Más hacia el sur se alza el túmulo artificial más grande de Europa: Silbury Hill, de unos cinco acres de extensión. Era el “Castillo en Espiral” británico, afianzado en la mitología druídica. La espiral simboliza el tránsito del alma después de la muerte y, asimismo, el movimiento original, la fuerza creadora. La evolución y la involución.

En cuanto a New Grange, la llamaban Brughna Boyne los viejos irlandeses. Era una fortaleza circular o Caer Sidi tumular, en la que se hallaban enterrados los principales magos del país. Fue la morada de Dagda. Medía 50 pies de altura, construido mediante un simple amontonamiento de piedras, con un peso de 50.000 toneladas, recubierta con grava de curazo blanco en honor de la Diosa Blanca. En su interior hay una cueva precéltica con grandes losas para las inhumaciones. La planta tiene forma de cruz céltica. Dice J. M. De Prada en su libro “Mitos y leyendas celtas” que “los druidas acudían a los Sidhe en busca de consejo para realizar fórmulas mágicas y para recibir la inspiración poética. Los túmulos eran, a un tiempo, fortalezas y tumbas, y solían acogerse a la protección de una hechicera, el hada irlandesa Banshee. Cuando un rey sagrado precéltico moría, era enterrado en el túmulo, pero su alma se evadía y ocupaba una plaza en el “Castillo en Espiral”.

En la bahía de Sligo existe otra construcción parecida y que permanece intacta: el Cairn de la Reina Maeve, la primera de las hadas, que yace sepultada bajo 40.000 toneladas de piedra. Es una tumba-fortaleza típica, laberinto al que van a perderse los héroes, y en cuyas lóbregas entrañas perecen la mayoría. Es el “Castillo de la muerte”, “El Laberinto” por el que pasaron Teseo, Hércules y los celtas Amathaon, Gwydyon, Owain, Cuchulainn y Arturo, héroes y reyes sagrados que trataron de hallar el camino hacia la Diosa Blanca.


EL AGUA, EL FUEGO Y EL VIENTO..

Los dioses celtas estaban en toda la naturaleza: en árboles, lagos, montañas, manantiales, etcétera. De igual forma, esa presencia en el mundo natural, iba muy unida a la idea de fertilidad. El mejor ejemplo es que, por ejemplo en la mitología irlandesa, la unión de un rey mortal con la diosa de la tierra propiciaba la fertilidad de Irlanda. El agua era considerada fuente de vida y también

de muerte, por lo que los cultos al agua fueron un rasgo predominante en su religión. Tal era así que los ríos poseían su numen y ya desde la Edad de Bronce arrojaban a ellos objetos preciosos como ofrendas votivas y, en la Edad de Hierro, ríos como el Támesis y el Witham recibían, concretamente, objetos marciales: armas, escudos y armaduras. Incluso algunos ríos se “personificaban” como dioses. El mejor ejemplo es el mito del río Boyne, personificado en la diosa Boann, a quien su marido, Nechtan, él mismo espíritu del agua, convirtió en río como castigo por haberse atrevido a visitar su pozo prohibido “Sídh Nechtan).

También eran sagrados los lagos y pantanos. Cabe destacar que, por ejemplo, en el yacimiento de La Tène, en Suiza, se crearon específicamente plataformas de madera para poder lanzar objetos preciosos en una pequeña bahía en el extremo occidental del lago Neuchâtel. Allí se encontraron, como ofrendas, desde cientos de broches y escudos, hasta carros y animales. En cuanto a las ciénagas, en ellas se desarrollaban importantes actividades de culto y los celtas intentaban que los espíritus de los pantanos les fueran propicios por medio de ofrendas que llegan incluso a sacrificios humanos. Se cuenta que la ofrenda más impactante realizada en un pantano de Gran Bretaña fue encontrada en Lindow Moss: el cuerpo de un joven muerto a garrote y lanzado desnudo a una charca pantanosa en algún momento de la Edad de Hierro.

Respecto a los pozos, eran considerados nexos de unión entre la tierra y el mundo de los muertos. La diosa Coventina presidía un manantial y un pozo sagrados en la fortaleza romana de Carrawburg en el Muro de Adriano. Por otro lado el Ciclo de Fionn destaca, al hablar del Salmón del Conocimiento, que el mismo vivía en el fondo de un pozo. El culto a la diosa irlandesa Brigit, que posteriormente pasó a ser una santa cristiana, estaba estrechamente ligado a los pozos sagrados. Finalmente, y respeto a los manantiales, éstos eran venerados para agradecer sus propiedades curativas. Los dos manantiales de Chamalières, en Clermont-Ferrand, poseen minerales con auténticas propiedades curativas. Tal es así que ya en el siglo Y a de Jesucristo, la charca era visitada por devotos enfermos que ofrecían al espíritu que la presidía, imágenes de madera que los representaba a ellos mismos, y en las que se destacaban, particularmente, enfermedades oculares. La deidad curativa británica de mayor importancia fue Sulis, cuyo santuario estaba en Aquae Sulis, el gran templo de Bath, en un lugar donde los manantiales termales salen a borbotones de la tierra a unos 1.130.000 litros al día, según recoge ampliamente Miranda Jane Green, en su obra “Mitos Celtas”.

Sobre la fertilidad, recordar que la mayoría de las divinidades de la Europa celta, del mundo natural, estaban relacionadas con cultos a la fertilidad. Los espíritus encapuchados y con mantos, conocidos por Genii Cucullati, son un ejemplo. Eran representados portando huevos y algunos hallados en el continente tienen un gran simbolismo sexual. De igual forma el culto a la madre divina fue muy popular en toda la Europa romano-celta y era frecuente representada por una tríada, y la epigrafía expresa también esta pluralidad aludiendo a las diosas como las Deae Matres o Deae Matronae. Las Matronae germánicas, en vez de símbolos, llevaban frutas para reflejar la fertilidad humana. Se caracterizan porque sus imágenes representan a una joven flanqueada por dos diosas de más edad; un modo de expresar el paso del tiempo en la mujer: la juventud, la madurez y la ancianidad.

Una de las más bellas, --de las numerosas leyendas--, que los celtas tejieron en torno al agua, es la del hada Venela, quien por amor a un humano renunció a su inmortalidad par adquirir la condición de su amado y, cuando fue abandonada por éste, se convirtió en llanto continuo, en agua que se desliza.

Bosque de Broceliande (Bretaña), la llamada "fuente de la eterna juventud"

En cuanto al fuego, para los druidas era una manifestación energética de la conjunción del agua, el aire y la tierra, una irradiación palpable de su fuerza interior contenida en lo más profundo de las cosas; una energía que mueve el cosmos y que expresaban por medio de espirales y esvásticas. Los celtas, como casi todos los pueblos del mundo, han sentido una fascinación especial por el fuego. El fuego era el eje de multitud de rituales y la razón, junto con la luz, de la existencia de divinidades solares.

Como el agua su sentido más fuerte es la vida que irradia su calor; su aspecto purificador y regenerador. En el otro sentido, el opuesto, es símbolo de destrucción. Por ejemplo los fuegos de Beltane, en honor de Bel o Belenos, se prendían al inicio del estío. Era un fuego benéfico y mágico y su celebración ha llegado hasta hoy por medio de los fuegos de mayo y en los fuegos de San Juan. En la mitología celta suele repetirse el mismo ritual del fuego con el héroe: el personaje queda rejuvenecido y pletórico de fuerzas después de su paso por las llamas. Tras la fiesta de Beltane, los druídas hacía pasar el ganado entre dos fuegos para inmunizarlos de males de ojo y de enfermedades. De hecho el más destacado druida irlandés, Mog Ruith, era calificado como “el domador del fuego”.

Por supuesto que los materiales utilizados para la confección de hogueras rituales era de soto sagrado celta, es decir, de madera de árboles sagrados, y fibras de cáñamo, cuyos humos provocaba en los presentes unas sensaciones que les permitía acceder, según sus creencias, al Otro Mundo, de donde regresaban renovados y transformados. Hay que recordar que los Tuatha Dè Danann quemaron sus naves al avistar las playas de Irlanda, como muestra de su deseo de permanencia en el país de la diosa Brigit.

En cuanto al aire, sabían manejar los viento a voluntad y era morada de espíritus y hadas que los druidas utilizaban a su conveniencia. Por ejemplo el soplo del druida Mog Ruith convertía en piedra a los guerreros enemigos, y las druidesas de la isla de Sein conocían un ritual capaz de calmar a los vientos.


TEMÁTICA ESCOCESA E IRLANDESA

Existen cuatro ciclos temáticos en la mitología gaélica primitiva que afectan tanto a Irlanda como a Escocia. El primer ciclo es el “Ciclo mitológico irlandés”. Escrito tanto en prosa como en verso y en él se mezcla ficción y realidad. Es una etapa semihistórica. Este ciclo terminaría con la última invasión de los hijos de Mil de España. Aquí los dioses, aunque se presentan con forma humana, son capaces de realizar hechos sobrenaturales. A caballo entre realidad y fantasía se realiza una visión histórica de los distintos pueblos que se fueron asentando en Irlanda y como en sucesivas invasiones se enfrentaron entre ellos para obtener el poder. El último grupo en llegar sería el de los Mil de España. Cabe destacar que la conquista de Irlanda por guerreros españoles llegados de la primitiva Brigantia aparece como histórico en el manuscrito irlandés del siglo XII “Leabhar Ghabhála” (libro de las invasiones). Aquí la historia, la leyenda y la fantasía forman una mezcla muy atrayente y el lenguaje es todo un canto a la vida y a la epopeya, sin llegar a delimitarse bien donde termina la ficción y empieza la realidad, o a la inversa.

El Leabhar Ghabhála fue escrito en el monasterio de Terriglass bajo la dirección del obispo de Kildare, Mac Goreman y con el apoyo del rey de Leinster, Dermot MacMurrough. La obra se divide en trece capítulos que relatan las sucesivas invasiones hasta el final asentamiento de los Mil de España. Así, el manuscrito comienza hablando de la primera ola invasora: a cargo de una mujer, Cesair, descendiente de Noé, acompañada de tres hombres y 50 doncellas (con quienes acabó un diluvio); pasando por Partholon, de origen siciliano, que tomó la isla con su gente, toda la cual murió después de 300 años a causa de una peste; hasta Neimhedh, llegado de Esticia con 34 barcos, quien se enfrentaría en la isla con otro pueblo, Los Fomores (Fomoraibh), que estaban por la misma labor de ocupar Irlanda. Total, unos por otros, terminaron por aniquilarse completamente con lo que la siguiente ola invasora fue protagonizada por los “Fir Bolg” (“hombres de los sacos”).

Durante un tiempo vivieron en paz y fundaron varios reinos hasta que llegó la más temible de las olas invasoras hasta entonces: la de los Tuatha De Danann, grandes conocedores de las ciencias ocultas y con los druidas como figuras de gran relevancia. Aquí es cuando el manuscrito cita el primer habitante español en la isla: Tailltiu, hija de Mhahmoir, rey de España, y esposa del rey de los Fir Bolg, Eochaid. De cómo se conocieron el manuscrito no dice nada, pero Sainero cree que es muy posible que los Fir Bolg estuvieran asentados durante un tiempo en España y de esta forma hicieron amistad con algunas tribus hispanas. La enemistad entre “Los hombres de los sacos” y “las gentes adoradoras de la diosa Dana” no tardó en surgir. En la batalla de Magh Tuiredh (Llanura de Tuiredh) los Fir Bolg fueron derrotados y su rey, muerto.

Tailltiu se casaría después con uno de los jefes de los Tuatha, Eochaid nGarbh. De este modo los Tuatha De Danann se conviertieron en los nuevos señores de Irlanda. Un malentendido con la visita del guerrero milesio Ith, llegado desde Brigantia, que fue herido mortalmente cuando se embarcaba de regreso a España , provocó la ira de Emer Donn y Eremhon, -hijos de Mil, hijo de Bilé, hijo de Breoghán-, que reinaban en aquellos momentos en Brigantia compartiendo el trono con su padre, y para vengar la muerte de su tío enviaron a la isla a sus mejores guerreros. De esta manera los Tuatha ocuparían Irlanda hasta que una nueva y última oleada invasora lograra derrotarlos y hacerse con el poder. Estos serían los guerreros españoles, capitaneados por los hijos de Mil.

Aquí es donde finaliza el “Ciclo mitológico” .

Según cuenta la leyenda, Ith hijo de Breoghan, divisó Irlanda desde la "Torre de Hércules", situada en Brigantia (antigua La Coruña en Galicia), desde donde partieron los Milesios.

Otra forma de narrar el ciclo mitológico:

Así como Sainero es sucinto al reflejar el ciclo mitológico, Miranda Jane Green recoge mucha más información sobre dioses y seres divinos a la hora de hablar de la “raza divina de Irlanda”. En el caso de la catedrática, resulta mucho más rica y atrayente su narración, -para quienes gustan de una visión poética y de leyenda-, por el número de dioses y hechos mágicos que tienen lugar en la isla desde que llega Cesair hasta que finalmente se establecen los gaélicos (celtas), descendientes de los Hijos de Mil, que derrotaron a los Tuatha Dé, obligándoles a crear un nuevo reino bajo tierra.

Cuando los gaélicos llegaron a Irlanda se encontraron con tres diosas epónimas: Banbha, Fotla y Eriu, que son los tres nombres de Irlanda. Cada una exigió a los invasores la promesa de que, si se hacian con el poder de la isla, le darían su nombre. El filé (vidente) Amairgin aseguró a Eriu que Irlanda llevaría su nombre y, a cambio, Eiru profetizó que su tierra pertenecería a los gaélicos para siempre.

Los Tuatha Dè Danann

El origen de esta raza de habitantes míticos de Irlanda se encuentra en la que consideraban su madre, la diosa Danu. Ellos llegaron a la isla portando cuatro poderosos talismanes:

n La piedra de Fal, que gritaba cuando la tocaba el rey legítimo.

n La Lanza de Lugh, que aseguraba la victoria.

n La Espada de Nuadu, de la que nadie podía escapar ileso.

n El Caldero de Daghda, del que nadie se apartaba insatisfecho.

Los Tuatha poseían extraordinarios conocimientos de magia y de la ciencia de los druidas y así muchos de sus dioses se asociaban a determinados actos de la vida cotidiana. Por ejemplo Oghma era experto en el arte de la guerra; Lugh en las artes y la artesanía, Dian-Cécht en medicina o Goibhniu en herrería.

Aún teniendo en cuenta gran número de dioses que conforman el panteón celta y la imposibilidad de citarlos a todos sin que queden fuera algunos, resulta necesario mencionar aquí a los principales aunque posteriormente, en otro capítulo de Mitología en Iregua, se amplíe la información de los principales dioses y diosa.

En el caso de los Tuatha Dé Danann tenemos a:

Daghda: “El buen dios”, dios-padre tribal, proveedor de la abundancia. Sus dos principales atributos eran una gran maza, -uno de cuyos extremos mataba mientras el otro restituía la vida-, y un enorme e inagotable caldero. Su imagen llama la atención, precisamente, por ser representado con una figura ridícula y un tanto grotesca, bastante gordo y con un túnica indecentemente corta, y gusta de comer mucho y abundante. En realidad no es más que un simbolismo de la fertilidad. Sobre él se cuenta que tuvo uniones con diferentes diosas, incluida Boann, diosa del río Boyne o su emparejamiento con la temible diosa Mórrigan, furia de las batallas, que sirvió para dar seguridad a su pueblo.

Goibhniu: Uno de los tres dioses artesanos. Él era el herrero; Luchta el carpintero y Creidhne el artesano del bronce. Los tres crearon las armas mágicas de Lugh y les sirvieron de gran utilidad en su lucha contra los Formorians, demonios locales que se enfrentaban a todos los invasores de Irlanda. Goibhniu era el más poderoso de la tríada pues sus armas siempre eran certeras. Además, como anfitrión en el Festín del Otro Mundo, fabricaba una cerveza tan extraordinaria que se lograba, tras beberla, la inmortalidad.

Dian-Cecht: Curaba con la magia. De hecho recuperó a los muertos de los Tuatha Dé Danann entonando encantamientos sobre un pozo en el que había guerreros cuyos cuerpos estaban sumergidos tras la batalla.

Manannan: Era el dios del mar y las olas eran sus caballos. También era mago y ayudó a los Tuatha regalándoles un barco que obedecía a los pensamientos de sus marineros; un caballo que cabalgaba tanto por tierra como sobre el mar, y una espada: Fragarach (“la respondedora”), que podía penetrar en cualquier armadura.

Nuadu: Rey de los Tuatha Dé Danann, tuvo que renunciar a su cargo tras perder un brazo en una batalla (los gobernantes insulares tenían que ser físicamente perfectos). Durante el tiempo que estuvo inhabilitado fue reemplazado por otro rey, Bress (“El hermoso”), pero al parecer y como era mitad fomoriano, lo cierto es que su reinado no fue bueno para el pueblo a causa de su tacañería y su avaricia. Tras la derrota de los Formorians por los Tuatha, Bress fue perdonado pero sólo si les aconsejaba en cuestiones agrícolas, pues eran éstos buenos guerreros y artesanos, pero del campo apenas sabían nada. Nuadu recuperó el trono después de que Dian-Cecht le fabricara un nuevo brazo, y a partir de entonces fue conocido por el nombre de Nuadu Argatlam (Nuadu el del brazo de plata), pero terminó muy desmoralizado por las continuas batallas con los Formorians y el joven Lugh se hizo cargo del trono.

Lugh: “El resplandeciente”. Era el dios de la luz cuya fiesta de verano se conoce por Lughasad. El vocablo “lugos” puede significar “cuervo” y existe cierta relación de este dios con los pájaros. Era un dios guerrero, hechicero y maestro artesano. Algunos incluso lo identificaron con el Mercurio galo. Fue Lugh quien exhortó a Nuadu para que se enfrentara a los Formorians y fue quien organizó las campañas que acabaron con ellos. El mismo acabó con el temible Balor, el del Ojo Maligno, unos de sus principales jefes. Este tenía un único ojo cuya mirada causaba la muerte instantáneamente y no podía ser herido por ningún tipo de arma., sin embargo una profecía anunciaba su muerte, y así se cumplió: Balor moraba en la isla de Tory siempre temiendo que se cumpliera la profecía de que moriría a manos de un nieto. A pesar de sus esfuerzos para evitarlo, y aunque mantuvo a su hija Ethniu alejada de los hombres, ésta quedó embarazada y dio a luz trillizos que Balor arrojó al mar. Uno de ellos sobrevivió. Se llamaba Lugh y acabó con Balor al lanzar con su honda una piedra que le alcanzó en el ojo maligno, matándole.

Las leyendas de Lugh no sólo se encuentran en el Libro de las Invasiones, ya que en el siguiente ciclo, el del Ulster, aparece como padre de Cuchulainn.

La importancia de la monarquía sagrada

Gran parte de la mitología insular se sostiene en la importancia del carácter divino de los reyes. El gobernante de Irlanda siempre estaba unido con la prosperidad, o no, de su país. La corte de Tara fue, de modo tradicional, el lugar donde se celebraban las ceremonias de posesión de los reyes, donde sucedía el matrimonio ritual entre el rey y la tierra, personificada como la reina de la soberanía. Eriu fue, precisamente, una de esas personificaciones, una diosa epónima de Irlanda que ofrecía a los reyes mortales una copa dorada con vino tinto como símbolo de su unión. Maeve (Mebd) reina de Connaught, cohabitó con nueve reyes y ningún hombre podía reinar en Tara sino yacía antes con ella. Esto simbolizaba la unión entre lo divino y lo mortal y se representaba con la transformación de esta diosa que, con frecuencia, pasaba de ser una vieja bruja a una mujer de gran belleza.

En cuanto al rey electo, lo cierto es que tenía que superar interminables pruebas para saber si era la persona correcta para ocupar el trono. Para demostrarlo el manto real tenía que ser de su talla, el carruaje real debía aceptarlo y la Piedra de Fal tenía que gritar cuando él la tocara. Además, el rey legítimo tenía que ser descubierto en un sueño por el participante en el “ritual del tarbhfhess o sueño del toro”. Incluso, una vez logrado todo esto, el nuevo rey se encontraba limitado por los “geissi”, una serie de promesas sagradas de conducta que, si incumplía, podía causar la desgracia para Irlanda.

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